Cuento ganador del Premio Centroamericano de
Cultura Miguel Ángel Asturias 2011, convocado por el PARLACEN. Durante la
entrega del mismo, el Coordinador del Jurado Calificador, diputado Matías
Funes, dijo: “Sobre este cuento el Jurado Calificador concluyó que constituye
una ingeniosa narración, de una gran intensidad, así como un uso adecuado del
lenguaje partiendo de un contexto psicológico como social de la posmodernidad,
donde intervienen elementos asociados a la música rock y latin Groove,
transfiriendo distintos espacios y desdoblamientos, así como experiencias
alucinógenas, sin perder en ningún momento el hilo conductor de lo narrado en
forma encantadadora y centrado en los pueblos centroamericanos. Es una cuento
muy sui generis y pintoresco. Parece un fil de imágenes frescas, sucesivas, que
unifican la esperanza de los pueblos centroamericanos y del Caribe.”
Sobrevivimos. Como miembro de la banda centroamericana Morazán –catalogada
por el pretencioso Celsoman (Costa Rica, 1980, encargado de los sintes y las
compus) como una banda de rock y latin groove con paisajes glo–fi, aunque
siempre está redefiniendo su definición–, como miembro de la banda
centroamericana Morazán, estaba yo diciendo, declaro y manifiesto que dominamos
el escenario panameño del Cromo. Una bandada de pedales de guitarra sobrevoló
el público, auspiciosamente… Los cuerpos alucinaron –ya quintaesenciados por el
sonido… El socialismo socializante de la música…
Me dicen (como saben los que leen este blog) Cri (Guatemala, 1981,
frontman) y soy el producto de haber nacido en un país subalimentado o
alimentado a base de puros chancropanes guatemalenses subcallejeros, dando
resultados mutantes. Los otros de la banda se fueron a celebrar, pero yo vine a
redactar este post para el blog de Morazán. Nuestra primera gira formal por CA
bien merece una crónica, digo yo. Todas esas aventuras malditas y espléndidas.
Empezó en Guatemala, pero en rigor empezó en el cosmos, puesto que una
noche antes de empezar la gira, se nos ocurrió meternos un mix fatal de
pajaritos & sanisidros, y pivotamos en psilocibina, lo cual nunca puede ser
bueno para la laringe. La Grupiloca (Nicaragua, 1989, groupie) terminó
vomitando como un soldado en una trinchera de la Primera Guerra Mundial. La
tuvimos que llevar al hospital. Todos esperando en la sala de espera (ipod:
Death Cab for Cuties) pero lo peor es que todavía estábamos bien prendidos,
para horror de las enfermeras. Lo bueno es que la Grupiloca es joven y
verídica, y salió al final con una sonrisa pálida en su rostro virginal y
sucio. La troupe la fue a saludar con globos reivindicativos.
Lo que sí es que tuvimos que postergar nuestro road trip. Lo cuál no
estuvo del todo mal, porque nos dio chance de ir a ver con el Alan (El
Salvador, 1982, bajo) una bandita mexicana que moríamos por ir a ver. Alan es
mi mero PARTNER. Con él yo canto a gusto. Sería difícil sobrevivir al sistema
de alcantarillado horizontal escatológico de la realidad si él no estuviera a
mi lado.
La cuenta del hospital, obscena. Todo sea por la Grupiloca. Así que
Morazán se descapitalizó. Hubo que trabajar de nuevo, freelancear. Algunos se
pusieron a vender mota. El Osvaldo (Honduras, 1979, manager) nos salvó como
siempre. ¿Cómo explicar el amor que siento por nuestro manager? Osvaldo hizo un
par de trabajos místicos de diseño gráfico, y los cobró bien caros, el serote.
Grande. Por su lado, Celsoman (aka Space Oddity) vendió una vieja guitarra
notable. Menchú (Guatemala, 1990, multitodo), el muy naïf, compró un número de
lotería de la Santa Lucía. Conmovedor.
Yo fui a ver a la Ángela (Guatemala, 1950, madre), que está enferma de
cáncer. Linfoma de Hodgkin. No le pude ni agarrar la mano.
Esa noche me puse a escuchar–estudiar a unos vocalistas que para mí
constituyen el califato esencial de bosses espirituales, las voces bravas de
cabecera, la comitiva premium del quinto chakra. Somos vagos, pero no quiere
decir que no aprendamos de lo que nos gusta. También estuve leyendo Kids, de Patti Smith. Para mí Patti
Smith es la monarquía, la vida en su fuerza creativa óptima. Luego me fui a
fumar a la terraza. Párense en la terraza a ver el gig de la noche. La sangre
de la vaca cósmica se derrama en nosotros. Una sensación memorable (ipod:
Bauhauss).
Finalmente, llegó el día. Salimos en la camioneta, en rumbo al istmo
centroamericano, esa tremenda cancha de juego. Los centroamericanos somos
genéticamente, evolutivamente lo mismo. Nuestro apocalipsis es específicamente
igual.
Comimos pupusas en la frontera, menos Alan, siendo guanaco.
En la carretera, y yo agarrado el mejor lugar de la camioneta. El
truismo: el viento pegándome en la cara, el ipod a todo camino. Un tuitero
suelto en el sendero del éter.
Esa noche tocamos en un barcito incandescente en San Salvador. La
audiencia, al principio reacia, luego colapsó ante nuestra magia. Muy de mi
gusto toda la cosa. Canté como un croonerazo mutante. Acristalé. Esquiné. Está
mal que lo diga pero es la verdad. La banda toda acristaló. La banda toda
esquinó. Entramos y salimos del laberinto. Perdimos y recuperamos la elegancia:
ganamos la guerra. Las guanaquitas lindas nos miraban, rockeritas. Viva el
psychoSalvador.
Luego unos amigos de Alan nos llevaron a la playa, en donde toqué la
guitarra acústica, bajo una discografía de estrellas, y saqué a relucir mi
repertorio folk, que gustó a la pequeña concurrencia. Me estuve dando besitos
con una chica cuyo nombre tostado no recuerdo en este momento (vos sabés quién
sos). Ni siquiera hubo polvo; una sesión dulce, inocente, ligeramente intoxicante
de caricias. Todavía era el planeta tierra pero en cierto modo era otra cosa,
más allá de la carne (y del linfoma Hodgkin). La chica se fue demasiado
temprano para mi gusto. Se me acercó un poeta de Ahuachapán, de nombre imaginen
ustedes Leopoldo; un tipo bien loco, encendido, en una fase si me lo preguntan
de presanatorio. Genio. Me regaló un su librito.
Me aparté un rato de todos, para caminar solito (ipod: Camarón). La
música es lo real y lo que importa. La música es la pelusa que sale del pan
hiperdivino. Las razas se enderezan a fuerza de música y buen espectáculo. En
el sudor de la música está el éxtasis definitivo. ¡Tráiganme un bonus track!
Así terminó nuestra estadía en El Salvador: entre las olas. Una buena
y sana tropilla de olas, que me limpió ese miedo mierda a quedarme solo.
En Honduras me enfermé grueso y criminalmente. Varias paradas obligatorias.
Se burlaron de mí los muchachos de Morazán. Era de suponer que me puse un poco
como la gran puta. Soy un artista, no un productor de caca. Pero no me puse a
lloriquear: soy canche pero soy indio. Peor cagar por la boca que por el culo,
digo yo. Para mi fortuna, la Grupiloca me dio esas caricias necesarias que me
fueron calmando y me dejaron dormido, convenientemente dormido, mientras
escuchaba el ipod (ipod: Leonard Cohen). Esa chavita tiene código de groupie.
Da gusto saberla cerca. De verdad buena onda.
El toque de San Pedro Sula pudo haber salido mejor, pero mal no salió.
El stage del lugar era un poco raro; Osvaldo coincidió. No tomé alcohol, sólo
un red bull, para elevar la disponibilidad dendrital. Creo que la parte
acústica del toque fue donde más feeling alcanzamos, donde más representamos. Y
el solo psicoelectrónico de Celsoman, después, trajo una buena cuota de buen
groove.
Después del concierto Menchú empacó todo al chilazo y nos movimos a la
casa de los padres de Osvaldo, que lo requetequieren y lo requeteextrañan
(Osvaldo estudia en la Marroquín allá en Guate). Dormimos como embajadores. Al
día siguiente, hubo un almuerzo muy bonito. La familia de Osvaldo es de las más
adineradas de Honduras. Nos sirvieron una comida espléndida. Sisimite
(Guatemala, 1990, batería) se pegó una hartada que hubiera alimentado a toda
Somalia. El papá de Osvaldo, ya con unos whiskitos, se puso a tocar la
guitarra, y yo le ayudé con la cantada. Luego conté que mi madre tiene linfoma
de Hodgkin. La señora se puso a llorar. La reunión se alargó hasta la noche. Yo
me fui a dormir el primero. Viendo el techo sentí que yo no estaba en el
universo sino que el universo, con todo y mi cuerpo, estaba dentro de mí. Le
puse a la sensación: “sensación extramuros”. En esa nota me dormí.
Para Nicaragua; se nos descompuso el carro; la aceitera se rompió; un
gran momento eterno; Menchú se fue a parir a un mecánico; tardó como un siglo;
el tedio en crescendo; hasta que volvió con el mecánico, que aplicó epoxi en la
rajadura; yo tocando la lira sin demasiadas ganas; la Grupiloca dormida como
una palomita, como un pedazo de ternura; Celsoman leyendo; Osvaldo como la gran
puta; y no digamos el Sisimite, ya en plano animal y freak. En fin.
Managua. Llegamos por fin, errantes y rockeros, a la casa de la abuela
de la Grupiloca, una señora soñada, un pedazo de ángel. Me dio un brebaje para
la panza que me reactivó y sanó en el instante. Standing ovation para la abuela
de la Grupiloca.
Todavía teníamos unos días antes del concierto –teloneros para la
banda local Banana Rechiquita– así que nos fuimos a Corn Island, en plan
aventureros. Patria del sol y la palmera. Aguas poeturquesas. Arenas musicales.
Allí escribí la mejor letra que he escrito jamás (la escucharán pronto, my
friends). Atardeceres químicos. El océano como pusher cool suministrando dosis
tranquilas de tranquilidad. Fue todo un momento fundacional. Tiburoncitos.
(Ipod: Flaming Lips.)
De vuelta a Managua, me fui a visitar un par de librerías, con mi
estimadísimo Alan. Compré poesía altiva: Pablo Antonio Cuadra. Como blogger y
expresor de palabras, necesito alimentarme de los maestros.
Luego me fui a tuitiar a un tal café cosas como: “Morir colgado de las
cuerdas vocales”. Como: “Managua es una mano caliente en mi entrepierna.” Cosas
como: “Vengo a cantar al cáncer de mi madre”.
Luego nos fuimos a ver un documental sobre misquitos en un centro
cultural. Un viejo que sale allí –llamado: “El Sabio”– dice: “Cada persona es
un río en el río de la vida”. Puta.
El concierto (en un bar llamado Cumbia Club, aunque no meramente de
Cumbia) quedó conceptualmente impecable. La mara de Banana Rechiquita, súper
talentosa.
En Costa Rica todo salió muy bien, tan bien que tocamos en bastantes
lugares, y adquirimos nuevos fans que
celebraron nuestros temas, en shows guevarizantes, alzados. Celsoman se encargó
de llevarnos a turistear. Por ejemplo, fuimos a un lugar llamado Montezuma, en
el Golfo de Nicoya. Allí nos relajamos bastante, la existencia tomó una
cualidad oleoginosa. Terminamos tocando mucho blues. ¡Larga vida a la
pentatónica! No está mal nuestro estilo de vida. No está mal nuestra estética,
lejos del tedio corporativo. ¡Daremos un millón de shows! Estoy muy emocionado
en particular por el venidero concierto de Panamá, en el club Cromo, que será
¡el Gran Toque! Pronto recibimos mail de confirmación de Gabriel, el dueño del
local, un tipo con billete y sensibilidad. Dicen que le gusta tirarse unas
fiestas…. policromáticas. Montezuma, surf y toda la mara hasta el culo.
Celsoman –nuestro anfitrión en cierto modo, por ser tico– desapareció un par de
días… Space Oddity... Cuando regresó, ni nos dijo a donde había ido. Tenía las
pupilas en flor. Nosotros nos privamos de nada tampoco. Fumando mota y
consumiendo pepas con los tiquillos rastas. Y las tiquillas… Son hermosas, y no
se detienen… Volvimos a San José, a tocar. Los acordes hicieron su magia.
Estamos hechos para el rock y el rock para nosotros. Por desfortuna, el
Sisimite, que es una bestia psicodélica, se terminó peleando en un joint con
otros malencarados cuatro. Y miren que no es pendejo para darse verga, el
Sisimite –casi tan bueno para darse verga como para tocar la bataca– pero
tampoco es Superman. Cuando llegamos a intervenir ya le habían roto toda la
única cara. Y nosotros salimos vapuleados también. Todo finalizó como nunca se
supone, en un hospital: catorce puntos para el Sisimite, y los demás
endoloridos. Yo en particular sintiéndome como mierda, como que la toxicidad
química y las emociones del viaje me estaban doblegando, lo cuál es inadmisible
para un músico. Y la imagen de mi madre repitiéndose como un loop obsesivo.
Demasiado triste, y la terminé llamando, desde el hotelito en donde nos
estábamos quedando. Y lloré un poco. Y ella me dijo lo necesario. Y yo le pude
decir al fin cuánto la quería. Y en ese momento volví a sentir la “sensación
extramuros” (como que yo no era más que un punto de vista dentro de un punto de
vista sin punto de vista, algo así). Cuando colgué me fui a caminar un rato
(ipod: Elvis Costello) entre las calles
sanjosefinas. Me sentí bastante centroamericano. Me sentí bastante lleno de
centroamericanicidad. Del ala de un ángel cayó este istmo fabuloso. Tropical y
frío. Centroamérica es caliente pero también tiene eso de Antártica. Se
construyeron ciudades de sangre en cada guerra civil. Cuando pienso en todas
esas almas cercenadas, en incontables regímenes de explotación y dictadura…
Este espejo de pedazos de tripa… La era de lo desmembrado debe terminar.
¡Centroamericanos, hay que unirse!
Y luego ocurrió lo que ustedes ya leyeron en las noticias. Gracias por
las infinitas muestras de cariño, solidaridad. Los queremos. Los queremos. Como
sabrán, en una carretera de Panamá –ya rumbo al Gran Toque– una banda de
hombres nos pararon en la noche (la verdad no debimos viajar a esas horas). Yo
los vi primero: “aguas, aguas”, dije, pero ya era tarde, ya habíamos caído en
esa negrura. Llevaban ametralladoras y gestos torcidos de narcodivas. Pronto
nos sacaron a todos. Uno de ellos me metió un patín; como no grité, y eso no le
gustó, me pateó una segunda vez; allí sí grité. Absurdamente, vino a mi mente
la imagen del rostro del poeta crazy de Ahuachapán, el que conocí en El
Salvador. Talvez su locura me estaba ayudando a lidiar con la locura de la
situación. Celsoman me miraba fijo a los ojos, así tirados los dos. Estábamos
hundidos en la mera garganta del miedo. Ellos eran como cinco. El jefe se
presentó sin pudores como Romeo. Parecían todos lo suficientemente malos. La
clase de cuates que te descoyuntan con la mirada… lo mejor era no verlos,
cautelosamente…; Alan parecía tranquilo, su presencia me infundía una especie
de serenidad. Otro pensamiento absurdo afloró en mi cabeza: que ya no íbamos a
realizar el Gran Toque, si se llevaban todas las chivas (y con las ganas que
tenía de enfiestarme en el Cromo, dicen que su dueño Gabriel hace las mejores
putas fiestas de todo la América Central). Digo absurdo, porque en realidad ésa
era la última de nuestras preocupaciones, siendo la primera salir con vida.
Romeo era grande y malhablado; había un voltaje de odio en cada sílaba que
profería, comunicaba en un hilo continúo y sañudo, aritmético, mantrificado.
Malo Romeo ya estaba inspeccionando nuestro equipo, con la clara intención de
llevárselo. Una vez terminado su inventario, agarró a la Grupiloca y se la
llevó hacia el monte, más allá de la carretera. Todos, bien encañonados,
escuchamos a la Grupiloca gritar en la noche. Éste fue el tuit amargo que nos
mandó la vida, la cápsula de mal ácido que se había disuelto en el ambiente, el
linfoma crepuscular de Hodgkin que se había prendido a la realidad. El groove
se murió en ese instante. Diez mil razas mutiladas. Pensé en la Ángela, mi
madre, muriéndose sin mí en su cuarto de cáncer. Menchú, el gaffer y roady de
Morazán, lloraba discretamente. Osvaldo, que siempre lo estaba puteando, ahora
le agarraba la mano. El Sisimite se rebeló; le partieron la nariz de un
culatazo. Luego se fueron, con nuestra camioneta y todas nuestras cosas,
incluido mi ipod. Consolamos a la Grupiloca como pudimos, pero estaba como ida,
sin nivel, en un recital de ausencia, tres veces muerta. Nuestra primera gira
por CA había, por lo visto, terminado.
Luego el circo, la embajada, el sampleo mediático panameño, pero hasta
la fecha no han agarrado a nadie. La camioneta apareció eso sí a los dos días.
Regresamos sin nada, cada cual a su casa. La Grupiloca con su abuela en
Honduras, que le habrá dado algún brebaje amoroso, Dios la bendiga. Morazán
entró en un limbo incierto. Diáspora y dispersión.
Yo agarré para Belize, a visitar una vieja amiga. Necesitaba extirpar
esta sensación de morgue que me estaba atenazando. Metabolizar el feedback. El
frontman necesitaba salir del escenario. Recuperar el orgullo américocentral.
Así que filosofé, sané. Le bajé a la droga. Compré un nuevo ipod. Esta mi amiga
que les cuento tiene una casita muy bonita en Belmopán. Me presentó a nuevas
personas, entre ellas a Sara. Y en el acto me enamoré. Nos enamoramos, Sara y
yo. Hicimos el amor. Viajamos por Belice. Lo mejor que me ha pasado en la vida.
Lloré en sus brazos, en sus abrazos. La amo. En ese momento se me ocurrió que
había que concretizar el show, el Gran Toque. Recuperé la mística del playlist.
Me acordé que mi vida tenía un sentido… un sentido musical. Hablé con todos los
del crew. Los convencí de que teníamos que terminar nuestra gira. A los pocos
días, me llama Alan para decirme que Menchú había ganado la lotería. ¿Se acuerdan
del número de la lotería Santa Lucía que (el muy naïf) había comprado antes de
que saliéramos de gira? Pues el pisado ganó. Y decidió financiarle a Morazán el
concierto panameño en Cromo, a full, equipo incluido. Con esas buenas noticias,
me fui a ver a la vieja a Guate; Sara me acompañó. La Ángela estaba refeliz. Le
prometí que después de este concierto vendría a darle mi compañía, mi
presencia, mi amor hijo. Conecté con Grupiloca en Skype, y se apuntó en el
acto. La sonrisa y la vida habían vuelto, carnalmente, a su rostro inocente. El
rock´n´roll nos llamaba de nuevo. Yes. Ésta es la vida, amigos. Canta Patti
Smith:
I'm gonna be so bad I'm gonna be a big star and I will never return,
Never return, no, never return, to burn out in this piss factory
And I will travel light.
El concierto de Cromo, memorable. El sudor aún me está bajando por el
pecho. Llegamos bien fogueados. Listos para recolectar followers. Los amplis
reventaron rico. El sonido que nos puso el ángel Gabriel fue impecable. Morazán
arrasó. Es lo que ocurre cuando le das al cuerpo carnal del público un set
ensayado y virtuoso. Y un repertorio ensamblado por ángeles. Es el auténtico
poder que libera del poder. “Ustedes son la masa. Ustedes son el maíz”, dije,
como un verdadero rockstar. Invasión del delirio. “Yo creo que la eternidad
cabe en un ipod”, y la mara asintió. Llevé la voz al éter del éxtasis. Mis
riffs desestructuraron. Representé. Anfiteatralicé. “Escuché a un hombre sabio
decir que cada persona es un río en el río de la vida”. Ovación del público.
Celsoman haciendo cosas extrañas desde su demonio electrónico, introdujo en la
psique del respetable la efervescencia y el misterio. “Gracias Panamá. Nuestro
nombre es Morazán. ¿Saben ustedes quién fue Morazán? Morazán fue un hombre único
que soñó con una Centroamérica única. Tal es nuestro sueño también. Ahora la
banda vive en Guatemala, pero sepan que nuestra patria no es de un país: es de
siete. Nuestra patria es una mano abierta de siete dedos… y contando.” En ese
momento Alan puso química en el bajo, se puso a tocar canalla. El performance
alcanzó matices épicos. El performance conjugó todas las epifanías posibles.
“Quiero dedicarle este concierto a mi madre, que está luchando contra el
cáncer. Por favor envíen su energía viva a mi madre, para que viva.” El
Sisimite invadió, puso la identidad del drum en la sala. Fue como que una
nación se estaba levantando. El público estaba erigiendo un júbilo sin
precedentes. “Quiero también enviarle un abrazo a la Grupiloca, musa de
Morazán”. Aplausos. “Somos poetas e inestables”. Grito colectivo. En el
público, Sara me estaba viendo verla. “Quiero darle gracias a Menchú por
patrocinar el Gran Toque de Panamá. A Gabriel por recibirnos con sus brazos
abiertos. Como saben o no saben, hace unos meses fuimos atacados por un grupo
de hijos de puta que no aman a Panamá. Gabriel –a quien yo llamo el Ángel
Gabriel– nos ayudó un trescientos por ciento. Hay sangre en toda Centroamérica,
mis hermanos. Vamos a tener que desarrollar membranas conectivas y hacernos
uno, si queremos sobrevivir. Vamos a tener que juntarnos en un solo
tambor. Esta canción es nueva y se llama
El corazón en cromo.” En ese momento se hizo presente, como un
esplendor, la “sensación extramuros”. No era yo cantando. Algo más estaba cantado
y vocalizando a través de mis células y coyunturas, vehiculando lo
apoteósico.
Terminó el Gran Toque. Gabriel, el ángel, rodeado de tres chicas, nos
vino a felicitar. Y en el acto nos habla de no sé qué concierto ¡en la
Dominicana! Al parecer tiene contactos allí. Osvaldo está muy contento. Todos
estamos contentos. La gente en el Cromo está genuinamente feliz. Hay un
espíritu venido de lo mejor de la sangre bailando en el local, sanando a los
presentes. Le pido prestada una compu a Gabriel, y éste me lleva a su despacho,
y me pongo escribir este texto para el blog de Morazán. La fiesta sigue
rugiendo allá afuera. No me la quiero perder. Hasta el próximo post, el Cri se
despide. ¡Paz en CA!